La Reserva de la Biósfera Tehuacán-Cuicatlán es uno de los paisajes más extraordinarios de México. Este territorio, compartido entre Puebla y Oaxaca, fue reconocido en 2018 como Patrimonio Mixto de la Humanidad por la UNESCO, gracias a su riqueza biológica, cultural y arqueológica. Visitarla es adentrarse en un mundo silencioso, vasto y fascinante donde cada forma de vida cuenta una historia milenaria.

 

La reserva abarca una superficie cercana a las 490 mil hectáreas y comprende 21 municipios poblanos. Aquí se encuentra la mayor concentración de cactáceas del continente, con especies que solo existen en esta región. El paisaje semidesértico, lleno de biznagas gigantes, órganos, tetechos y magueyes, crea una escenografía única que sorprende a cualquier visitante.

 

Además de su biodiversidad, la reserva es un espacio donde se conserva parte de la historia más antigua de Mesoamérica. Dentro de su territorio se han encontrado sistemas de irrigación, canales, presas y terrazas agrícolas que demuestran el conocimiento hidráulico de antiguas civilizaciones. Es un lugar donde la arqueología y la naturaleza conviven de manera excepcional.

 

Entre sus principales atractivos se encuentra el Jardín Botánico Helia Bravo Hollis, un espacio dedicado a la conservación y difusión de la flora endémica de la región. También destacan Zapotitlán Salinas, las salineras tradicionales, los senderos interpretativos y los miradores que permiten observar la magnitud del paisaje. Cada punto ofrece una experiencia distinta para conectar con el entorno.

 

La reserva también está habitada por comunidades que han conservado sus prácticas tradicionales durante siglos. Desde la elaboración de artesanías con palma y maguey, hasta la gastronomía local basada en ingredientes como la pitaya, el xoconostle o el mezcal, cada elemento forma parte de una cultura profundamente ligada a la tierra. Visitar estas comunidades enriquece la experiencia y fortalece el turismo sostenible.

 

La Reserva de la Biósfera Tehuacán-Cuicatlán es un destino que invita a reflexionar sobre la relación entre el ser humano y la naturaleza. Es un lugar para admirar, aprender y proteger. Cada recorrido, cada atardecer entre cactus gigantes y cada encuentro con la historia nos recuerda que este patrimonio es único y merece seguir preservándose para las futuras generaciones.